Dejaré simplemente que todo acabe conmigo cuando se
bajen las persianas del ocaso. Que el sabor de la paz desintegre mi cuerpo, que
me tome entre sus brazos como a un muñeco de trapo, que con la caída de la
noche mi fuerza se libere. Mi libertad será el mejor verdugo de mi calma, esa
que tantas veces intentó ahogarme… El despertar de la brisa más destructiva por
fin sacaría mi figura decadente de entre las únicas cenizas que quedaron de mis
poemas.
Mis
días podrían morir y resucitar en la frontera más peligrosa de un microsegundo.
Sería yo, solo yo, más fuerte y más llena de mi verdad. Ya se fue la Diva
caprichosa que solía ocupar mi lugar y coartar el ímpetu de mi poco silenciosa
tinta. Puede que sea una desobediente sin remedio y solo intente transformarme
en mi propia revolución… pero… quién soy yo para ir a contracorriente de la
naturaleza… Quién soy yo.
Mi esencia ha conseguido dividirme en
millones de bellezas distintas… Solo una es visible. Mis huellas sugieren que
soy una más entre todo en fango que otros pisan, y quizás… quizás haya nacido
para latir por encima de todo eso.
Mi
única Diosa es esa ley que debe romperse.
Escrito: 18/09/2018
Irene Castro
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