─Estoy
desangándome entre las azucenas que dejaron. Estoy cansado de mi mente vacía,
quiero que se ponga a dibujar la risa de la lluvia sobre mis párpados. A
pintarla en la arena. Son las cuatro de la mañana y sigo aquí. Es una sensación
semejante a una lavadora que no limpia, que da vueltas, y cualquier loco podría
ver una historia ahí representada, la cual ha resultado ser un ciclo que no
termina nunca. El otro día me han dicho que, si quisiera, podría ser el próximo
Creador; pero ya siento un Universo dentro de mis pantalones en el que no soy
capaz de ver ninguna forma de vida. Cada vez que veo pasar una golondrina
emigrante sobre mi futura tumba me entrego a la bebida: un poco de Cocacola por
aquí, vino de brick por allá y hielo
para sanar las heridas del corazón. Todos los días son iguales: me levanto de
la cama de carámbanos en la de duermo, me visto mientras me dan escalofríos con
el tacto rugoso del traje de la oficina
y luego más alcohol, diez gotas exactas de licor para acompañar el café
y todos son anécdotas y risas. Mis amigos me preguntan qué me ocurre, pero ni
yo mismo lo sé. No obstante, me calma pasear al perro por el parque y aspirar
ese aire a polen, por mucha alergia que me cause, ya que me cuenta el número de
promesas que los amantes jamás cumplieron, y me río mucho: cada hinchazón, cada
grano que me causa el aroma de las margaritas, significa un juramento. Es que
es siempre lo mismo: te encaprichas de alguien, le regalas un ramo de flores,
te besa para darte las gracias y decirte que nunca te dejará y, cuando os
separáis y no puedes verlo, va y tira los pétalos al río confiando en perder en
el juego de ‹‹me quiere, no me quiere››... ¡Oh, y también me apasiona hacer
surf! Me suelo escapar a la playa todos los sábados y domingos con mi mejor
amiga, esa que es mecánica, y nunca soy tan feliz como cuando surco los siete
mares encima de mi tabla de águila. Eso sí, mi amiga lo hace mucho mejor que
yo: es decidida y elegante al mismo tiempo, mientras que yo ya he naufragado
miles de veces. Y los domingos por la noche, cuando estoy solo en casa, escribo
todo lo que siento en una libreta de color fucsia y acabo cubierto de confeti
para celebrar que, sin saberlo, tengo los nervios a flor de piel, y no lo
comprendo, ¡demonios!, porque yo no tengo perfume y mis poros expulsan agua de
rosas... seguramente rojas y sin un solo pétalo ya, y lo sé porque...
─Está bien, Dylan; he tomado nota de todo
lo que me acaba de contar y ya tengo hecho el diagnóstico... Lo siento mucho,
pero le quedan veinticuatro horas de vida. Está usted enamorado.
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