Me tapo los oídos ante esas voces estúpidas. Absurdas. Sí, me miro en el espejo y veo mis defectos... pero me echo esa crema hidratante que me deja la cara tan suave después de lavármela y secármela con mi toalla favorita, me aplico cacao en los labios y me pongo un gorro a juego con mis zapatos. Me miro de nuevo... puede que no esté tan mal. Tengo acné en la cara pero eso no me va a detener. El deporte y la buena alimentación ya me han ayudado a perder dos kilos, y se me están desarrollando los músculos y... mi amigo rubio me ha conseguido el teléfono de esa chica. Él, esa especie de supermodelo, se me declaró la semana pasada y, aunque yo soy hetero, le prometí que le ayudaría y que no me separaría de su lado. Ahora me siento bien de verdad. Puede que nunca pueda ser tan alto ni tener sus ojos, pero sí que me tengo a mí, y soy una persona valiosa y generosa. Mi amigo y yo nos ayudamos con los deberes y con nuestras relaciones personales. La lealtad es lo más importante para nosotros. Así que hago bromas sobre mis granos porque me hacen parecer una cookie, él se ríe y mis defectos dejan de tener importancia. Él se pone su palestina, me mira tímidamente y ambos salimos a la calle a disfrutar del sol. Hablamos de nuestros asuntos cuando a lo lejos divisamos a Laura con su hermano gay y soltero... Miro a mi compañero y decidimos saludarnos, porque, ¿quién sabe? Ellos se fijan en nosotros y sonríen. Y entonces me doy cuenta de que vale la pena vivir la vida. Y eso es precisamente lo que no hacen quienes redactan artículos en revistas metiéndose con los defectos de los demás. Son dignos de lástima. Nosotros somos dignos de una gran sonrisa.
CADA UNO ES TAN GUAPO COMO SE SIENTE.
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