viernes, 13 de enero de 2017

En la consulta

─Estoy desangándome entre las azucenas que dejaron. Estoy cansado de mi mente vacía, quiero que se ponga a dibujar la risa de la lluvia sobre mis párpados. A pintarla en la arena. Son las cuatro de la mañana y sigo aquí. Es una sensación semejante a una lavadora que no limpia, que da vueltas, y cualquier loco podría ver una historia ahí representada, la cual ha resultado ser un ciclo que no termina nunca. El otro día me han dicho que, si quisiera, podría ser el próximo Creador; pero ya siento un Universo dentro de mis pantalones en el que no soy capaz de ver ninguna forma de vida. Cada vez que veo pasar una golondrina emigrante sobre mi futura tumba me entrego a la bebida: un poco de Cocacola por aquí, vino de brick por allá y hielo para sanar las heridas del corazón. Todos los días son iguales: me levanto de la cama de carámbanos en la de duermo, me visto mientras me dan escalofríos con el tacto rugoso del traje de la oficina  y luego más alcohol, diez gotas exactas de licor para acompañar el café y todos son anécdotas y risas. Mis amigos me preguntan qué me ocurre, pero ni yo mismo lo sé. No obstante, me calma pasear al perro por el parque y aspirar ese aire a polen, por mucha alergia que me cause, ya que me cuenta el número de promesas que los amantes jamás cumplieron, y me río mucho: cada hinchazón, cada grano que me causa el aroma de las margaritas, significa un juramento. Es que es siempre lo mismo: te encaprichas de alguien, le regalas un ramo de flores, te besa para darte las gracias y decirte que nunca te dejará y, cuando os separáis y no puedes verlo, va y tira los pétalos al río confiando en perder en el juego de ‹‹me quiere, no me quiere››... ¡Oh, y también me apasiona hacer surf! Me suelo escapar a la playa todos los sábados y domingos con mi mejor amiga, esa que es mecánica, y nunca soy tan feliz como cuando surco los siete mares encima de mi tabla de águila. Eso sí, mi amiga lo hace mucho mejor que yo: es decidida y elegante al mismo tiempo, mientras que yo ya he naufragado miles de veces. Y los domingos por la noche, cuando estoy solo en casa, escribo todo lo que siento en una libreta de color fucsia y acabo cubierto de confeti para celebrar que, sin saberlo, tengo los nervios a flor de piel, y no lo comprendo, ¡demonios!, porque yo no tengo perfume y mis poros expulsan agua de rosas... seguramente rojas y sin un solo pétalo ya, y lo sé porque...

     ─Está bien, Dylan; he tomado nota de todo lo que me acaba de contar y ya tengo hecho el diagnóstico... Lo siento mucho, pero le quedan veinticuatro horas de vida. Está usted enamorado.

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