domingo, 24 de julio de 2016

Cuento de la... ¿igualdad?

Porque la violencia contra la violencia… solo puede generar más violencia.


‹‹¡Por el amor de Dios, otra vez Grete entonando esa maldita cancioncita!››.
Otro domingo más en el que Grete Hofmann acompañaba aquella canción que tanto le gustaba con una cautivadora melodía de piano. Udo Hofmann, con su humor de perros de siempre, se levantó de la enorme cama matrimonial que compartía con su mujer y bajó las escaleras de dos en dos hacia la sala de estar, que se encontraba en el primer piso de su casa; casa que Udo pagaba gracias a sus servicios a la patria. Él era, por tanto, un hombre. Un auténtico hombre que no podía tolerar cancioncillas ñoñas y de mujercitas en su propia casa. ¿Por qué diablos no se había deshecho ya del piano de su hija mayor? ¡Seguro que la música que cantaba la había aprendido de alguna cantantucha de la radio o de la televisión! ‹‹¡Mujeres!››.
     ─¡Grete! ─exclamó furioso. ─¿Otra vez? ¿No te he dicho mil veces que no vuelvas a tocar eso? ¡Es una canción ridícula! ¡Y como me entere de que cualquier pánfilo te ha cogido de la mano sin mi permiso, primero lo mato a él ─¡delante de tus narices! ─y luego acabaré contigo!
La muchacha lo miró con sus inocentes ojos del color del chocolate fundido y, sorprendentemente serena, le respondió:
     ─Es una canción preciosa, papá. Me trae recuerdos, ¿sabes? De aquel chico que conocí el verano pasado en el campamento. Ahora lo siento tan lejos… pero no por eso voy a entristecerme, ni a dejar de sonreír, ni de cantar… Además, a veces nos mandamos cartas para contarnos qué tal nos va. Él sabe que le quiero… pero también lo fuerte que soy ─se había levantado de la silla del piano y se había acercado a su furibundo padre. ─Eso es lo que más le gusta de mí. Me trata como me merezco, es decir, como lo que soy: una mujer válida y poderosa.
     Grete acababa de meterse en un buen lio. El señor Hofmann tenía la cara muy colorada a causa de la ira.
     ─¿Cómo te atreves a hablarle así a tu padre? ¿Quién te ha enseñado esas mentiras? ¿Tu noviete? Yo te explicaré qué es valioso y poderoso: un hombre capaz de conseguir sus objetivos por la fuerza; un hombre que se muestra invencible sea cual sea la situación; un hombre capaz de dar la vida por su líder. Ese gran amor que sientes… ¡debería darte vergüenza ser una ridícula jovencita!
La pobre joven tenía los ojos anegados en lágrimas; pero aun así le sostuvo la mirada con determinación.
     ─Te equivocas, papá. La verdadera fuerza de una persona, sea hombre o mujer, reside en su corazón. Porque ya hay en el mundo demasiado odio como el que produce todas las guerras. El mismo que te mueve a ti a hablarme así; el mismo que te movió a matar a personas inocentes porque así nuestro querido caudillo así lo deseaba… ¡Despierta, papá!
     Udo Hofmann no se hizo de rogar con su respuesta: le dio a Grete semejante golpe en el rostro que la hizo sangrar copiosamente por la nariz.
     ─¡Esa maldita universidad te ha afectado gravemente a la cabeza! ─bramó furioso. ─¡Vete a la cocina a prepararme el café! ¡Ahora mismo!
     Por la cara de la joven resbalaban gruesas lágrimas silenciosas, pero ella no se iba a dejar vencer por alguien tan machista y arrogante, aunque fuese su propio padre.
     ─Me niego. Si puedes provocarme una hemorragia nasal de un solo golpe, eres perfectamente capaz de prepararte el café tú solito. Me das pena: ese líder al que tanto idolatras lleva muerto quince años. Mucha gente se está dando cuenta de lo ridículo que es este papel en el que las mujeres llevamos tanto tiempo encasilladas; y es una lástima que algunos hombres, que tan machos os creéis, no os deis cuenta de lo estúpido que es también el vuestro. ─Grete se alejó de su padre para dirigirse hacia la puerta de salida de su casa. ─Estás anclado en el pasado. No sé cómo mamá te aguanta todavía. No sé qué pretende encerrada en esta felicidad de cartón-piedra tan importante para ella. Ojalá algún día te des cuenta de esto y se te abra la mente, porque lo necesitas mucho. Adiós, papá. ─terminó mientras desaparecía tras la puerta.
     Al señor Hofmann le dieron ganas de ir tras su hija para darle su merecido por lo que acababa de decirle; no obstante, se sentía incapaz de dar un paso. Por alguna razón se le habían paralizado los pies. Y no se sintió capaz de gritarle a su mujer para que le preparase el desayuno, ni de dar una charla a sus otros dos hijos, Sam y Tom, sobre cómo demostrar su hombría, tal y como hacía a diario, o, al menos, siempre que tenía un día libre en el trabajo.
     Udo Hofmann, como ya habréis comprendido, había sido en el pasado un soldado perteneciente al ejército alemán de Adolf Hitler. Estaba muy orgulloso de haber contribuido al éxito de las batallas del Führer y de haber visto sufrir a esos repugnantes judíos. Aunque él había muerto hacía más de una década, para Udo aún continuaba viviendo. ‹‹Si no fuese por ese gran hombre, yo hoy no sería el mismo››, les decía siempre a sus hijos.
     Aquella noche, Udo tenía ganas de sexo, así que subió a la cama con su mujer y, sin mediar palabra, empezó a desabrocharle su camisón blanco.
     ─Ahora no, por favor ─rogó esta con voz débil. ─Me dolía mucho la cabeza y me encontraba fatal, así que me coloqué el termómetro. Tengo 38º C de fiebre.
     ─Mejor así ─respondió el señor Hofmann, que parecía haber olvidado las sabias palabras de su hija Grete. ─Así estás más caliente.
     ─No, Udo, no. ¡Te lo pido por favor, hoy me siento muy enferma! ─con lágrimas en los ojos, miraba cómo se había hinchado aquello que a su marido le colgaba entre las piernas. Pero no podía hacer nada: él era quien llevaba los pantalones en su casa. De ese modo, Udo retiró la ropa de su mujer de unos pocos tirones y sintió ese roce sublime, esa caricia que atravesaba su miembro y que, durante un maravilloso instante, le concedía la vida eterna.
     Transcurrió una semana horrible para las dos mujeres de aquella familia: Grete y Frida, su madre. Udo estaba más posesivo y violento que nunca, y se sentía orgulloso de haber recuperado el control sobre ellas. No obstante, llegó la noche del sábado siguiente para que la vida de los Hofmann diese un giro de ciento ochenta grados. Udo había vuelto a disfrutar con el cuerpo de su mujer ─¡por supuesto!─ y se había dormido plácidamente. Se despertó sobre las dos de la madrugada, sobresaltado. Se notaba sudoroso. ‹‹Será por haberme tirado a Frida de esa manera››, pensó con una sonrisa de satisfacción. Volvió a cerrar los ojos. Y los volvió a abrir de nuevo. Esta vez no estaban solos en el dormitorio: una increíble mujer morena con pinta de flapper de los años veinte había aparecido delante de sus narices. Lo más terrorífico era que Udo podía ver a través de ella. (‹‹¡Un espíritu!››).
     ─¿Quién demonios eres tú? ¿Qué haces en mi casa? ─quiso tocarla, pero ella lo arrojó de nuevo en su cama de un pequeño empujón con su brazo izquierdo.
     ─Ni se te ocurra, Udo Hofmann. Soy el Fantasma del Pasado. Tal y como indica mi nombre, me acompañarás a redescubrir un pequeño gran momento de tu infancia. ¡Andando…o, mejor dicho, volando!
     El Fantasma del Pasado agarró del brazo al desconcertado hombre y se lo llevó planeando por la ventana. ¡Aquello era lo más surrealista que le había ocurrido nunca! Nunca había tenido un sueño tan realista…
     Cuando quiso darse cuenta, ambos sobrevolaban la antigua casa de sus padres. Udo oyó el canto de una mujer y el de un niño… ¡que eran su madre y él, con su aspecto de niño! Udo pudo recordar aquel momento perfectamente: ambos habían salido de picnic juntos para aprovechar aquel radiante día de primavera. Y, horrorizado, se acordó de lo que vendría después: su padre, un hombre rubio y airado, pegando a su madre nada más abrir esta la puerta “por haber salido sin su permiso”; su llanto de niño de diez años desesperado, corriendo la misma suerte que la mujer al intentar ayudarla…
     Cuando, con lágrimas en los ojos, volvió su cabeza hacia el Fantasma del Pasado; ella le dedicó una última mirada despectiva antes de anunciarle la visita del Fantasma del Presente y desaparecer…
     El Fantasma del Presente, una mujerona enorme de pelo y ojos castaños, lo tomó en brazos sin mediar palabra y lo llevó de vuelta a su hogar. No obstante, no lo dejó en su cama, sino que lo llevó a la habitación de su hija mayor. Grete estaba, sorprendentemente, despierta todavía: hablaba por teléfono a escondidas y manteniendo un volumen de voz muy bajo. Evidentemente, no podía verlos.
     ─¿Qué diablos hace esa jovencita aún en pie…?
     ─Cállate y escucha ─lo interrumpió el Fantasma─, que te hace mucha falta.
     Ambos permanecieron de pie y en silencio mientras escuchaban la conversación.
     ─Sí, Max, ya no puedo soportar a mi padre. Ayer ha ido al médico, y este me dijo que, si no dejaba de sufrir los constantes disgustos que él me provoca, podría tener enfermedades cardiovasculares. Eso si un día no me mata él a golpes… Sí, ojalá pudiese irme para siempre. Huiría contigo y viviríamos juntos. Pero no puedo dejar sola a mamá, ni permitir que mis hermanos se conviertan también en unos machistas violentos. Quiero que sean felices y cariñosos. No como mi padre.
     Udo vio que Grete estaba llorando; supo que al otro lado del teléfono se encontraría su novio.
     ─No, Max. No pienso ceder a sus chantajes. Quiero casarme contigo. Te quiero a ti. Me da igual: que intente matarme. Nunca lo conseguirá. No podrá cambiar lo que siento por ti. No quiero a un bruto sin alma a mi lado: quiero a alguien dulce y comprensivo. No haré caso a eso de que tú y yo apenas nos vemos. Me gustaste desde el primer día de campamento. Y ya no me importa nada. Lo único… es que me duele que papá no me quiera. Vive anclado en el pasado de cuando Hitler vivía. Y no le da la gana de dejarlo atrás. Sí… un día se quedará solo. Y acabará comprendiendo que nos necesitaba. Solo espero que cambie antes de que eso suceda. Se cree muy fuerte, pero es la persona más débil que conozco. Podrá acabar conmigo pero nunca podrá con la verdad.
     Udo notó que algo en su interior se derrumbaba. Por primera vez, deseaba entrar en aquel cuarto y abrazar a su hija. Quería poder decirle cuánto lo sentía y cuánto la quería. Pero no se sentía capaz. No solo tenía un nudo en el estómago que le impedía hablar, sino que el Fantasma del Presente no le permitía moverse.
     ─Tú no irás a ninguna parte; ahora vendrá el Fantasma del Futuro a darte… el golpe de gracia ─en los labios de la gigantesca mujer se dibujó una sonrisa perversa.
     ─¿A… a qué te refieres con “el golpe de gracia”?
     El Fantasma no respondió. De repente, se abrió la puerta del dormitorio de Grete y apareció… una niña con el aspecto más extraño que Udo había visto nunca en alguien; sobre todo en una mujer. Tenía un cabello rubio y largo recogido en una cola de caballo; un denso flequillo tapaba su frente. Sin embargo, lo más sorprendente de todo, era que la pequeña iba vestida con… pantalones.
     Se colocó enfrente del boquiabierto Udo y le tendió la mano.
     ─Encantada, señor. Soy el Fantasma del Futuro. Voy a llevarle a un lugar muy genial. Cójame de la mano.
     El señor Hofmann, confuso, dedicó un último vistazo a su hija, quien, en esa ocasión, sonreía. De pronto, se vio arrastrado a un lugar en el que no había estado nunca, pero que lo fascinaba: era una sala enorme con paredes de cristal, en lo que parecía un rascacielos de Nueva York.
Udo notó que la niñita, que parecía tan peligrosa como un cucurucho de helado, lo miraba. Él sonrió por primera vez en aquella aventura, pensando que era mejor ser amable con ella. En el fondo, temía que ella pudiese llamar a los otros dos Fantasmas.
     ─¿Por qué vas así vestida? ¿Desde cuándo las niñas usáis pantalones?
     ─No sé a qué se refiere, señor. Mi mamá usa vaqueros todos los días. Y la profe, y mis amigas… salvo Anna, a la que le gusta más ir en falda al cole.
     ─Así que ahora podéis elegir… Porque estamos en el futuro, ¿verdad? ¿En qué año vives?
     ─En el 2005, señor. Este es el Berlín del futuro. Como ve, parece que estamos a mucha altura, pero esto solo es un décimo piso; el último de este edificio.
     ¡Conque aquello sería Alemania en unos cincuenta años! Era una evolución increíble: casi no parecía su ciudad, desde luego.
     ─¿Le gusta? ─inquirió el Fantasma del Futuro.
     ─Sí, claro. Es como… si empezase algo nuevo dentro de mí al ver esto.
     ─Bien, porque me lo tengo que llevar de aquí. No volveremos a su época; solo nos transportaremos a otra parte de la ciudad.
     Udo la tomó de la mano y cerró los ojos. Un segundo después, al abrirlos de nuevo, su alegría desapareció.
     Se encontraban en un cementerio… delante de la tumba de Grete. En ella ponía: ‹‹Grete Frida Hofmann. 1935-1965.››
     En los ojos de Udo volvieron a formarse gruesas lágrimas. Y no se molestó en hacer nada para ocultarlas.
     ─Con cómo se ha portado durante años con Grete, este será su destino: morir de un cáncer a los treinta años. Ella lo quiere demasiado como para abandonarlo, y eso provocará su trágico final. ─Y entonces, la pequeña adoptó una horrible expresión y se soltó el cabello. Parecía mucho mayor.      ─Todos los hombres sois iguales.
     Udo se horrorizó con el tono de voz de aquella niña, que tan inocente le había parecido.
     ─No… tú no sabes… cómo me puse al ver antes sufrir a mi hija por teléfono. ¡Nunca volveré a maltratar a una mujer, lo juro!
     ─¡No te creo! Os exterminaré a todos. ¡Y tú serás el siguiente!
     La niña creció de repente y su alrededor también cambió: pasaron de estar del cementerio a un oscuro callejón. Udo se vio metido en una escena de violación múltiple a la versión adulta del Fantasma del Futuro. Eran seis contra una. Ella lloraba y sangraba por la nariz. Al señor Hofmann le recordó a Grete el día en el que él la había pegado. ¡Cuánto deseaba poder ser un Fantasma del Pasado para poder cambiar eso…!
     Entonces, volvieron a estar en el cementerio. El Fantasma volvía a ser una niña. Eso sí, con marcas de heridas de aquella violación. Era horrible.
     ─Desde que he tenido esta premonición por primera vez, juré eliminar a todos los hombres, empezando por los maltratadores. Les hacemos sufrir y luego… a la Gran Fosa.
     Llorando, Udo volvió la cabeza hacia el lugar que le señalaba la niña. Le dieron escalofríos: aquella Gran Fosa era un gran agujero donde aquel ser enterraba vivos a todos los hombres.
     ─¡Tú serás el siguiente! ¡No permitiré que ni yo ni ninguna otra mujer vuelva a pasar por esta situación! ¡NO SOMOS VUESTRAS VÍCTIMAS! ¡DOMINAREMOS EL MUNDO! ¡VIVA NOSOTRAS!
    Udo sintió que una gran fuerza lo arrancaba del suelo y lo tiraba a la Gran Fosa… o eso parecía.         Volvió a verse con los dos pies en el suelo, aunque temiendo lo peor.
     El Fantasma del Futuro volvió a convertirse en una mujer. Era temible ver cómo se le acercaba lentamente y lo agarraba del cuello de su camiseta.
     ─Pero antes… sentirás lo mismo que todas las pobres chicas al vernos encarceladas por alguien como tú.
     De la nada aparecieron un montón de mujeres furiosas. El Fantasma empèzó a besarlo apasionadamente y lo ató a la lápida de Grete tras desnudarlo. Al ser violado por diez mujeres distintas, Udo, sabiendo que lo iban a matar, cerró los ojos por última vez y se imaginó en el salón de su casa, rodeado por su familia. O de picnic con su hija. O jugando con sus hijos menores. O dándole un beso de buenas noches a su mujer…
     Sintió que lo metían en el agujero y sobre él caía una tonelada de tierra. Lamentó que hombres inocentes fuesen a pasar por lo mismo que él. Aquello no era justo. Pero él se lo merecía tanto…
Su último pensamiento se lo dedicó a Grete, agradeciéndole todo lo que, sin saberlo, había aprendido de ella.


Dedicado a todo el mundo; para que todo el mundo deje a un lado los radicalismos y viva en real igualdad. Por parte de todos y para todos.

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